por Sebastián Arana
¿Fue el mejor jugador de la historia de la Liga Nacional de Básquetbol? Quién lo sabe. Acaso, si le pidieran opinión, él mismo se inclinaría por Marcelo Milanesio y el “Pichi” Campana, a quienes tuvo como compañeros. Es difícil comparar épocas. Los años en los que el famoso dúo cordobés dominó la competencia tuvieron su propia impronta. Por entonces, los mejores argentinos jugaban acá y la economía de los clubes, mientras duró la farsa del “1 a 1”, permitía contratar extranjeros de superior calidad.
Como también es cierto que Milanesio y “Pichi” impusieron su ley siempre en yunta. Y en Atenas. Separados eran excelentes. Juntos, invencibles. El paso del tiempo, sin embargo, no tiene rival que pueda resistírsele. Un buen día se retiró Marcelo, poco después Campana. Había terminado una época.
Leo Gutiérrez solito le puso su marca a la siguiente. Es difícil asegurar si fue el mejor, pero nadie dominó la Liga como él. Y lo probó con varias camisetas, con compañeros y entrenadores distintos, en ciudades diferentes, en contextos disímiles. Equipo que tocó, lo hizo ganador. Su nombre y apellido fueron garantía de éxito.
A mediados de la década pasada en Peñarol se empezó a levantar, con mucho esfuerzo, la construcción que, con los años, hizo historia en la Liga Nacional. Orden económico, buena política de reclutamientos, intención de crecer de a poco, a partir de bases sólidas, con jugadores identificados con la camiseta.
Así y todo, no alcanzaba. Un buen día a Domingo Robles se le ocurrió contratar a Sergio Hernández como entrenador en un intento de dar el salto de calidad. El salto llegó, y también una Liga de las Américas. Pero ni así se podía conquistar la Liga Nacional. No era fácil si del lado de enfrente estaba Leo Gutiérrez.
Recién cuando Robles consiguió convencerlo de ponerse la “milrayitas” llegaron los títulos. En cantidad, calidad y variedad. Como nunca se habían soñado. Fue mucho mejor de lo que cualquiera pudo imaginar. Con él a la cabeza ninguna empresa fue imposible. Ni la Liga Nacional, ni la Liga de las Américas, ni el tricampeonato. Entre diciembre de 2009 y junio de 2014 Peñarol fue campeón once veces.
Cualquiera haya sido el dinero que pactó por sus servicios, se lo ha ganado con creces. Con él no se incorporaba sólo a una estrella. Se contrataba a un profesional talentoso y honesto, que se desempeñaba con una pasión sin igual, casi amateur en ese sentido. En todos estos años nadie quiso ganar tanto como él. Ni a nadie le dolieron tanto las derrotas. Como si llevara puesta desde la cuna su camiseta de ocasión.
Para ganar fue capaz de cualquier sacrificio. “Cuando jugamos el play-off con Quilmes de la temporada 2013/2014 de la defensa de Leo se encargaban dos o tres jugadores. A nosotros nos quedaban grandes espacios en la pintura y Campazzo y Leiva tuvieron números tremendos. Pero todo fue gracias a que Leo se adaptó a jugar así. Antes del tercer partido fui a hablar con él y le propuse encontrarle la vuelta al planteo para que él tenga más protagonismo ofensivo. ‘Tulo, yo me quedo al costadito juntando marcas. Mientras el equipo gane, está bien así’. Eso es Gutiérrez.
“Un crack”, contó alguna vez el “Tulo” Fernando Rivero en el libro “Una historia de locos”, el mismo que repasa toda la historia “milrayitas” en la Liga Nacional.
Anécdotas como la anterior, hay muchas. Gutiérrez es muy grande. Por mentalidad ganadora y talento. Pero mucho más por su generosidad para compartirlo y por el compromiso con el que asumió cada paso de su carrera. El ciclo dorado de Peñarol, lo mejor que disfrutó el deporte marplatense en su historia, tuvo varias razones. Él fue la más poderosa de todas.
Que haya adoptado esta ciudad como propia, que haya desarrollado un sentido de pertenencia muy fuerte hacia su club, que haya decidido anunciar su despedida del básquetbol en el mismo gimnasio en el que entrena hace años y que quiera seguir aportando acá todo lo que sabe desde otro lugar, es un regalo para todos. Tan o más importante que todos sus triunfos. No hay dinero en el mundo que pueda pagarlo. Tal vez eso lo defina. Leo Gutiérrez ha sido y todavía es -quedan cuatro partidos para disfrutarlo- un deportista impagable.